lunes, 2 de noviembre de 2015

En el día de Difuntos.

No voy a hablar de modas,
de lo que se hace ahora,
porque nada en el mundo
ocupa un algo lleno.

Hubo un tiempo atrás en que el Tenorio
ocupaba las tablas cuando vísperas;
moría doña Inés y emocionaba,
daba miedo y hacía que pensaras
en lo que ha de venir en el futuro.

Hubo una época de huesos de santo,
de buñuelos, visita a cementerios,
de flores y recuerdos, de frases recogidas
al calor de algún fuego.

Hubo un mundo de abuelos
con fotos de luto con su franja negra;
hubo un tiempo de respeto y temor,
y ya se ha ido.

¿Acto de contrición? ¿Penas eternas?
¿Tener la incertidumbre si las ánimas
descansan o si penan?

Cambiamos las costumbres,
o más bien las dejamos,
y llegaron de lejos otras fiestas
que no quieren saber -creer- la muerte,
por eso incineramos y esparcimos:
¿Quién quiere visitar un camposanto?
¿Quién quiere recordar o ser consciente
del paso temporal que nos espera?
¿Quién quiere recordar
lo que hay ahí fuera?

¿Quién sabe si ese tiempo del que escribo
no volverá jamás?
Los tiempos idos,
suelen ser reticentes al regreso.
Pienso, por eso
que tal vez sea mejor un tiempo nuevo;
un tiempo sin tenorios ni buñuelos,
sin flores, cementerios, sin abuelos...

Y el tiempo llegará, yo no sé cuando,
y puesto en el tapete lo que fuimos
tendremos que decir: Fueron los otros,
trayendo tradiciones irlandesas
de allende los océanos,
sin querer ser conscientes que lo nuestro
solo es propio deber, no de foráneos,
y que nunca entrarían mascaritas
si no hubiéramos cambiado a un ser extraño.

Levántate,a tus hijos cuenta todo:
Un día has de morir, no será tarde
y no has de tener miedo, prepararte
es tu única labor y cuando llegue
en tu zurrón el peso de la vida,
con penas, con tristeza, con pesares...
pero también feliz, y al fin vivida.