viernes, 13 de diciembre de 2019

Ay, la vida.

No bebía, no fumaba
llevaba una vida sana
con cincuenta y siete años
murió ayer por la mañana.

Era bueno, de Galicia,
y jamás mostró avaricia.
Con los pobres se volcaba:
con cuarenta y siete años
le ha cegado la presbicia.

A su mujer respetaba
le era fiel y la cuidaba
y por sus aniversarios
siempre rosas le mandaba.
Le ha dejado hace poquito
por un joven tarambana.

Qué tristeza, que miseria
convertir un poemilla
en algo serio y terrible,
es como coger tu vida
y querer que sea creíble.

La inocencia.

Te estoy viendo morena y pequeña
sin mirar a nadie en el viejo columpio.
Sentadita en un cabo de nube
que baja y sube, que baja y sube.
Entonando tu cancioncilla
que al que la escucha le maravilla.
Te estoy viendo cogiéndo flores
que regalarles a tus amores.

Te estoy viendo princesa chiquita
que en tu inocencia sigues bendita
mientras duermes subida en un sueño
que hace a lo grande, lo más pequeño.

Quisiera.

Quisiera escribir algo realmente hermoso
el inicio de un verso, o un bello rostro.
El despertar de la luna, sobre las olas
o la paz de tus tardes leyendo sola.
Quisiera ser un bardo que te trovara
el olor de la hierba por la mañana
el cantar de la brisa en atardeceres
coloreados de rojo por tus pinceles.
Quisiera ser poeta, rapsoda eterno
para poder contarte lo que yo siento.
Quisiera ser distinto, ser más perfecto,
pero no tengo ingenio para ofrecerlo.