¿Será tal vez mejor verter palabras
que relegarlas al mundo del olvido?
¡Cuántas veces he contenido ese impulso irrefrenable
y me he guardado lo que sé que tenía que decir!
El silencio no es más que un arma,
tantas veces cómplice de nuestra cobardía
de nuestro miedo
de nuestras inseguridades
y por eso en el momento en el que el verbo es liberado
todo cambia
todo fluye
todo sale a la luz.
Palabras, palabras, palabras...
ascuas incandescentes tan útiles como peligrosas,
tan necesarias cuando las controlas,
tan letales cuando no tienen dueño.
Quisiera ser dueño de mis palabras y romper con el estigma
de ser siervo del silencio
y asentir complaciente
por miedo al rechazo
esperando el vano premio de que alguna mente débil
me mire con cariño
como a un ingenuo niño
que se cree todo sin criterio
sin argumentos...
palabras.
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