domingo, 9 de noviembre de 2014

El reloj de la Plaza de España. Las diez de la noche.

Como un surtidor de amargura,
como un ocaso prendido en mi retina
que me impidiera ver amaneceres,
como la sombra de un bosque espeso
que me retrotrae eternamente
hacia al agrio sabor de una traición.

Como una eterna noche en la que no hay luna
en la que añoras distinguir la oscuridad,
pues te haría sentir que aun quedan luces.

¿Dónde han quedado los días felices
en que el sol siempre salía y se ponía
por el mismo sitio?

El candor ya se ha apagado
y el cinismo es la esencia de mis actos,
constantemente desconfiado, silente, alerta...
ojalá pudiera llevar mis pasos por el camino oculto
que lleva a los dorados días
en que nada importaba
y todo era puro, bello y mágico.

Porque mire adonde mire
todo está lleno de luces con sus sombras
hasta que mis pensamientos se estancan
en aquellos tiempos en que lo más acre
era una regañina o un suspenso.

Ya no queda nada de aquel yo,
y sé que nunca volverá a pisar estos caminos
que me llevan al último atardecer,
pero me gustaría que Dios me permitiera
sentir en la sangre de mi sangre
que hace tiempo los días acababan
con unas campanadas y una nana.

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