lunes, 23 de octubre de 2017

Evita.

No quiere el sol salir porque está triste
y unas gotas de cielo que repican
en un charco del suelo me recuerdan
que un fin siempre está cerca.
Porque hoy no ha sido el mío,
ha sido el suyo, que partió con su barco a la bahía
del eterno descanso, donde un barco
de madera y de hierro la recibe;
a bordo el comandante de uniforme
de gala, de ternura, de alegría.

Ya están juntos de nuevo en otro tiempo;
en los años cincuenta en su noviazgo,
o en aquellos de mocos y pañales,
o en los años de gloria pasajera
que se vieron truncados al instante.
Pero en las mansas aguas de la orilla
donde todo es perfecto se han reunido,
y aunque aquí le lloremos comprendemos
que ha llegado su hora y que la nuestra
llegará en su momento a Su demora.

Y aunque en nuestro egoísmo lloraremos,
y la falta de fe que nos inunda
nos obligue a afligirnos con su muerte
en el fondo debemos de alegrarnos.
¡Si la muerte no existe! ¿Por qué lloras?
Ha llegado al Misterio y en el puerto
la feliz ensenada está repleta
de gigantes de hierro y de madera
que surcaron otrora nuestros mares
y que ahora en su fondeo, engalanados,
anhelan escuchar esa voz ronca
heredera de sal, de mar y guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario