jueves, 10 de abril de 2014

La misión

¿Y ahora cómo voy a seguir con lo que hacía?
Ya no es posible sentir como antes
con esa ingenuidad,
con ese afable ser que a todos trataba de llegar.
Porque desde entonces ya nunca nada podrá ser igual,
y ni siquiera quiero que lo sea.
Todo sangre, fuego y llanto.
Todo pena.
Y ni siquiera las lágrimas afloran,
porque es mayor la ira que la pena.

¿Es guerra o delincuencia?
¿Es hado o mala suerte?
¿Es karma o es fortuna?

¿Qué me pasa,
que voy dejando tras de mí un reguero de sangre,
de cadáveres
de recuerdos
de historia plena y cierta.

Y un día, ya impedido,
miraré hacia atrás y veré los muertos,
las sombras del pasado, el terrorismo,
decenas de emigrantes y un cayuco
blanco como las alas de un ángel
en los mares del Sur.
Y veré oriente y sus mezquitas
y escucharé la llamada a la oración
mientras en mi cabeza recuerdo el olor acre de la pólvora,
el frío tacto de una boca de acero
el sonido estridente de la muerte certera...
y querré que alguien me diga si fue cierto
que estuve en este mundo para algo.

Y buscaré sus ojos en la noche para que lo confirmen.
Para que se lleven mis temores.
Para dormir por fin la noche entera
sin que venga nadie a visitarme
con su sudario, con su mortaja,
envuelto inexorable
en ese blanco lienzo opaco del recuerdo.

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