lunes, 12 de mayo de 2014

Prestige.

He visto hombre de blanco, casi niños,
que combaten al negro hasta el ocaso
enjugando las lágrimas de un pueblo
que contempla impotente como llega
otra afrenta que enturbia su presente
otra vez marcado por un triste destino.

Otro barco maldito que se rompe
y que mancha en el alma a los gallegos
llenándolos de lágrimas que salan
un poco más su carácter.
¡Pobres, qué ingenuos somos!
¡Otra vez nos creemos  las promesas
de los que dicen ser como nosotros!

¿No sería mejor que creyéramos en otro nosotros?
¿No sería mejor que dejaríamos
de consentir esas sonrisas burlonas?
¿No sería mejor que volviéramos a infundir
el respeto que siempre se nos tuvo
como pueblo valiente y luchador?
¿Cómo puede ser que sigan
intentando convencernos de que nuestros chicos,
marinos, científicos, nobles, guerreros...
que han dado a España tanta gloria
no son sino una parte inalienable de ella?

¿Es que acaso en el ocaso negro del sucio petróleo
cuando manchábamos nuestras manos
limpiando nuestras piedras
no fuimos el corazón que nos hizo latir juntos?

Y allí, mientras veía en las playas los grises barcos
que se recortaban contra nuestro sol siempre poniente
una parte de mí cambió del todo y para siempre;
y dijo nunca más... que nunca más me engañen
ni traten de amputarme,
que sé de que soy parte; galleguiño,
pero español al fin, y no otra cosa.

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