domingo, 21 de septiembre de 2014

Agujas.

Reflujo, rayo eterno,
arabescos pintados en el suelo
de tapices silentes que se quedan
en el paso tranquilo de una madre.
 
Juegan los niños
y sus voces asustan a la fauna
que se sabe no dueña del paraje;
no quieren compartirlo, no se atreven
y aceptan, aun así, la circunstancia
de que esto es tan de todos como suyo.
 
Y a dos amantes les pasa lo mismo
cuando ven sus besos interrumpidos
por un sufrido corredor que pena en silencio
excesos, agobios, mentiras, complejos.
 
¿Nos hemos vuelto más sanos
o más superficiales?
¿No será justo reconocer nuestra parte de culpa
antes de que caigamos en la complacencia
y veamos sin sentido
mantener la decencia
sin tener tan solo una disculpa?
 
Porque hoy entre las agujas he visto un brote
y no sé si mañana será hierba o será arbol
y al contemplar los juegos infantiles
entre las cortezas de los pinos
no puedo dejar de preguntarme
si algún día serán grandes
o serán mezquinas zarzas
que incomoden el paso y la vista.

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