Entre el Duero y el Tajo está
sembrado
un mundo de terror. Gerión gobierna
en los campos de trigo y hasta
Heracles
escucha los lamentos e interviene.
Después de larga lucha con su maza
la parda piel del león de Nemea
es su única capa y armadura.
Un garrote de roble más su espada
y una lucha sin fin. Hércules vence:
En el suelo ha enterrado la cabeza
del gigante. Que todos lo recuerden;
hace un túmulo, una antorcha lo
ilumina
y funda una ciudad a la que nombra
con el nombre de Crunnia, que es la
dama
que acude de primera a su llamada.
Breogán asiste atónito más tarde
y una torre edifica en ese sitio.
Sus hijos la verán aunque se alejen
hasta las más recónditas regiones.
Y allí sigue hoy en día vigilante
de Hércules la torre mejorada
por fenicios, romanos, españoles,
ingenieros actuales, escultores.
Hay algunos que dicen que la Torre
será un símbolo eterno y perdurable;
también hay quien sostiene que las
aguas
acabarán con ella y que más tarde
cual coloso de Rodas sólo un trozo
servirá de baluarte para aquellos
que logren pervivir tras el desastre.
Yo sólo sé que un día vi a lo lejos
desde allí los océanos eternos
y sentí que es el hombre muy pequeño
y que efímeros lo son también sus
reinos.
Quiera Dios que no usemos la memoria
para este permanente enfrentamiento,
y pensemos que todos los que hicieron
todo lo que es hermoso, bueno y bello
hace ya mucho tiempo que partieron
y que aunque hayan dejado un gran
legado
han dejado este mundo y están lejos
del jardín que plantaron en su día.
¡Es tan rápido el paso por la vida
que antes de haber nacido ya estás
muerto!
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